LIBROS Y ESCRITOS

MEMORIAS   “Testimonio de un Soldado”

Escritas por el General Carlos  Prats entre Septiembre de 1973 y 1974 durante el  año en que se autoexilío en Buenos Aires, Argentina

Editorial Pehúen , año 1985

PRESENTACIÓN (primera edición )

Se han cumplido diez años desde la noche en que asesinaron a nuestros padres. Muchas veces hemos querido compartir algunos de nuestros sentimientos y vivencias. Sin embargo, ahora que debe­mos hacerlo, es difícil poder expresarlos en su real dimensión.

El dolor es tan brutal que lleva más allá de sentir odio. Lleva a tener la resignación cristiana de que nuestros padres no estén aquí con nosotros. Lleva a un sentimiento real de perdón por los insti­gadores y los hechores del crimen. Lleva a amar y a comprometer­se con el respeto a la vida, a la verdad y la justicia para todos los que nos rodean. Y lleva a procurar siempre transformar la muerte en vida, el mal en bien.

Gracias a Dios, dentro de nosotras unos sentimientos fueron sobreponiéndose a otros. Después de esa horrible oscuridad y confusión en que fuimos sumidas, hicimos acopio de la heren­cia espiritual y de los valores que nos imprimieron nuestros padres. Emergimos con nuevas fuerzas para volver a vivir, para volver a reír, para dar la vida y amar en la misión que elegimos como espo­sas, madres y profesionales. Emergimos para volver a tener fe en el Hombre.

Una serie de sentimientos fueron los que marcaron el camino que Dios nos ayudó a encontrar. En primer lugar, sentir que en ese momento nos robaron para siempre a nuestros padres. Que nos quitaron la posibilidad de darles ese beso final que todo hijo tiene derecho a dar. Que nos quitaron la posibilidad de servir y acompa­ñar en su vejez a quienes tanto nos dieron. Que a nuestros hijos los privaron de sentir el amor de sus abuelos.

En seguida, tuvimos que enfrentar una realidad concreta: “algu­nos” creyeron “necesario” matar a nuestros padres y organizaron el crimen paso a paso, borrando huella tras huella, fríamente, cal­culadamente.

Ellos usaron de otras personas para hacerlo en la forma más cobarde y cruel. Luego, vimos la capacidad de mucha gente para ser —¿o parecer?- indiferente. Vimos con asombro cómo los “amigos” se convertían en desconocidos y quienes por su amistad con nuestros padres habían llegado a ser “tíos”, cruzaban la calle para no saludarnos. Con asombro, vimos el temor con que algunas personas se acercaban a nosotras, por las consecuencias que nuestra sola presencia podía significarles. Por esto, recibimos el apoyo moral de tantos, sólo a través de un teléfono público o indirectamente, por intermedio de conocidos comunes.

Estas experiencias, estos sentimientos y tantos otros —el sufri­miento y el dolor indescriptible— nos dieron gran fuerza y en­tereza para enfrentar situaciones que jamás imaginamos que nos corresponderían, con el fin de lograr objetivos superiores hasta entonces imprevisibles para nosotras. Entre estas situaciones, el entender en un momento determinado que éramos las únicas inte­resadas en aclarar el crimen. Junto a nuestros esposos, y fortalecidas por su cariño y por el apoyo que nos han dado con generosidad ilimitada, comenzamos desde el interior de nuestros hogares, a forjar la ilusión de convertir esto en un juicio justo y con resulta­dos que llevaran no a un castigo, sino a una verdad que al señalar a los culpables, fuera un aporte positivo para el país.

Al año de producido el asesinato, el juicio se sobreseyó, casi sin investigación. Después, han sido necesarios muchos viajes a Buenos Aires para su reapertura y agilización. Estas idas y venidas han sido siempre enriquecedoras, más que por sus frutos, por las actitudes con que muchas personas nos han ido apoyando y haciendo suyos nuestros objetivos.

Si bien es cierto que aún no se han logrado resultados legales definitivos, creemos que al menos se ha formado una conciencia acerca de la identidad de los autores y de los instigadores, a raíz de las acciones realizadas por la Justicia argentina y del aporte gene­roso del abogado, señor Eduardo Aguirre Obarrio.

Ha sido para nosotras una experiencia indeleble asistir al juicio que en Alexandria, Virginia, (EE. UU.), se realizó en 1983, con mo­tivo de la solicitud de extradición por parte de la Justicia argentina de un ciudadano norteamericano, ex-funcionario de la Dirección de Inteligencia Nacional (D.I.N.A.) chilena.

Allí vimos desarrollarse un juicio en que primó el valor de las le­yes internacionales, los tratados y los acuerdos, pero no el estable­cer la responsabilidad criminal del hombre que Argentina pedía para ser juzgado por la muerte de nuestros padres. Al estar frente a él y mirar sus ojos y sus manos, presuntas autoras del crimen, con­firmamos íntimamente que era cierto lo que buscábamos: la ver­dad y la justicia, pero no el castigo. Encontrar la verdad por este camino es nuestro compromiso.

A diez años de la muerte de nuestros padres, sentimos la emo­cionada satisfacción como hijas de cumplir su voluntad, al poder publicar este Testimonio… Nos inspira la gran admiración que sen­timos por ellos, nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad y el hecho de que fuimos testigos en Buenos Aires del significado vital que para ellos tenía este libro.

En ese momento no entendíamos bien la entrega obsesiva y an­gustiosa de nuestro padre por completar la narración de los hechos en los que le correspondió actuar o de los que fue testigo. Hechos que confirmaron su inquebrantable voluntad de impedir —hasta donde sus capacidades se lo permitieran— que las FF.AA. se vieran envueltas en una “aventura golpista”. En los períodos que estu­vimos acompañándolo en Buenos Aires, veíamos cómo ocupaba todo su tiempo disponible en escribir. Cuando llegaba al departa­mento, después de trabajar en una empresa argentina durante ocho horas diarias, continuaba incansable, hasta altas horas de la noche.

Comprendimos esa compulsión por escribir, al saber que ellos fueron objeto de reiteradas amenazas, hecho que nos ocultaron con paternal afecto. Aquella actitud, por lo tanto, era explicable: presentía que su vida sería truncada y que esta era su última posi­bilidad de dejarnos su Testimonio…

Siempre dijo que su actividad al retirarse del Ejército, sería es­cribir sus Memorias. Lo tenía planeado mucho antes de empezarlas e incluso el titulo estaba elegido “El historial mítico del Ejército de Chile”. Los temas y la estructura ya estaban decididos, pero las circunstancias apremiantes de su vida en Argentina, produjeron cambios que él mismo explica en “Carta a mis Compatriotas”. No se detuvo hasta terminar su libro en forma manuscrita. No alcanzó a corregirlo, pero sí, a pasar a máquina la primera parte, hasta completar el Prólogo, el 20 de septiembre de 1974, fecha signifi­cativa ya que su muerte se produciría el 30 de ese mes.

Nuestra madre, con gran generosidad y compartiendo sus mis­mos sentimientos, temores y anhelos, se entregó por entero a crearle un ambiente que le permitiera escribir con relativa tranqui­lidad. Ella fue un apoyo moral, en medio de tantas tristezas y amenazas. Con su característica actitud positiva, alegre y decidida para enfrentar las cosas, trabajó fuera de casa en Buenos Aires por primera vez en su vida. Le servía para sobrellevar mejor la lejanía de su familia. Ahora adquieren una significación especial las pala­bras que dijera cuando nuestro padre se fue de Chile aquel 15 de septiembre de 1973: “Quiero irme con él, porque si algo le pasa, prefiero que nos suceda a los dos”. Ese sentimiento surgía de la intuición que siempre la caracterizó y que tantas veces significó un aporte valioso para el análisis que mi padre hacía de los hechos y de las personas. Ella fue también quien procuró, incansablemente, obtener los pasaportes que les permitieran alejarse de ese Buenos Aires amenazante. Durante meses, sistemáticamente, esos pasapor­tes les fueron siempre negados.

Después de sus muertes, vivimos días de pesadilla. El precipi­tado viaje a Buenos Aires, la presentación ante la Policía argentina para cumplir trámites legales, ver el automóvil destrozado y calci­nado, ingresar al departamento donde vivían, fueron momentos angustiosos. Pero al encontrar los manuscritos, al tenerlos en nues­tras manos, sentíamos que, al menos, se había salvado algo impor­tante de nuestros padres.

Lo primero que acordamos fue dejar en Buenos Aires los manuscritos, guardados en una caja de seguridad de un banco argentino. Pero, ¿cómo volvernos a Chile sin ellos? Procedimos, entonces, a fotocopiar una por una cada hoja, sigilosamente, con gran decisión, pero con mucho temor. Las trajimos a Chile con cautela. Teníamos conciencia de lo importante que era resguardar el legado de un “militar constitucionalista”.

Al recordar sus vidas en Buenos Aires, queremos dejar testimonio de la solidaridad argentina simbolizada por la amistad de Gerónimo Adorni y su esposa Dora, quienes con gran afecto procuraron en todas las circunstancias hacerles más grata su estadía en ese país. Recordamos también al ex-Embajador de Chile en Buenos Aires, don Ramón Huidobro, quien junto a su esposa Panchita comprendieron los difíciles momentos que vivían y los apoyaron afectuosamente durante este último período de sus vidas.

Durante casi diez años, el manuscrito quedó sepultado en nuestras mentes, esperando el día de poder sacarlo a la luz. Teníamos presente los deseos de nuestro padre de que su Testimonio se publicara “cuando todos los chilenos pudieran leerlo “.

En 1983, cuando la censura a los libros es suspendida en Chile, decidimos iniciar el trabajo. Muy pocas personas colaboraron con esta tarea. El equipo de la Editorial se entregó a esta labor con una actitud que fue más allá de lo estrictamente profesional, compromiso que agradecemos sinceramente.

No podíamos compartir con muchos este secreto que se había convertido en un tema tabú. Siempre, invariablemente, respondíamos lo mismo cuando nos preguntaban sobre las Memorias de nuestro padre: “Están guardadas, muy bien guardadas”. Sabemos que

esta permanente evasiva nuestra, incluso a los familiares y amigos más cercanos, será comprendida por ellos. Sentimos un gran pesar por no haber retribuido con igualdad su confianza, ayuda, generosidad y franqueza, pero pensamos, también, que las circunstancias justificaron nuestra actitud.

Igualmente, agradecemos la lealtad y generosidad de otras personas, como el General (R) Mario Sepúlveda S., cuya experiencia fue un aporte de gran valor para la edición de esta obra.

Agradecemos al General (R) Ervaldo Rodríguez T. en cuyas opiniones y afecto encontramos una gran ayuda a nuestra labor, y al General (R) Guillermo Pickering V., quien nos aportara valiosos comentarios sobre este Testimonio… Ellos, junto a sus esposas, han sido nuestro gran apoyo en tantas circunstancias vividas en estos diez años.

Esta edición la hemos realizado procurando cumplir con cabalidad el espíritu del autor. No ha sido fácil, y nos hemos limitado a ordenarlo mínimamente, sin tocar su contenido.

Estamos seguras que esta labor, en su presencia, habría sido más meticulosa y exigente. Pero hemos preferido la fidelidad al manuscrito, que la perfección literaria.

Queremos, con esta publicación, contribuir a dar la verda­dera imagen del General Carlos Prats. Queremos mostrar una verdad que nuestro padre quiso que los chilenos conocieran para que comprendieran su actuación en los hechos de la vida nacio­nal, lejos del clima de pasión que se vivió. Queremos también entregar las verdaderas y únicas Memorias de Carlos Prats Gon­zález, en oposición al libro apócrifo* que alguien escribió en México y que, cualquiera haya sido su objetivo, deriva del compro­miso con intereses particulares y no con la verdad.

Muchas opiniones podrán existir respecto a su figuración pública en la década pasada, pero sabemos que nuestro padre fue un hombre que quiso a Chile por sobre él mismo, y que fue honesto en todos sus pensamientos y acciones en bien de su país.

Pensamos que esta obra va a satisfacer el interés intelectual de los que quieran conocer más profundamente su pensamiento y saber cuáles fueron las motivaciones que lo llevaron a sacrificar su propio bienestar con el sólo propósito de mantener sus prin­cipios

y de ser consecuente con sus pensamientos. Satisfará, también, la curiosidad de los que les interesa conocer lo anecdó­tico de algunos acontecimientos y la actitud de las personas que en ellos participaron. Esperamos que esta obra sea una lección de humanidad, que es la que nosotras recibimos a través de su ejemplo y palabra, y que al leer este libro valoramos en toda su profundidad.

Quisiéramos que este Testimonio de un soldado llegara en forma muy especial a los jóvenes chilenos, para que extraigan de él los principios de convivencia nacional. Que les muestre ca­minos y posibilidades para lograr que nuestro Chile llegue a ser un hogar de todos, en el que todos sean acogidos, en el que todos tengan un ambiente propicio para el desarrollo personal, respetando las diferencias, y en que los bienes sean compartidos con generosidad.

Después de tantos años en que el deseo de nuestro padre se ve cumplido, y en que vemos que los chilenos nuevamente bus­camos caminos para recorrer juntos, queremos que este libro ayude a aclararlos por el bien de nuestro querido y sufrido país. Queremos que le sirva de apoyo a las futuras generaciones de militares y civiles, llamadas a conducir los destinos de Chile, como ejemplo de entrega por el bienestar de su Patria

Sofía, María Angélica, Cecilia

Santiago, septiembre de 1984

 

PRESENTACIÓN (cuarta edición)

A través de esta cuarta edición de “Memorias, Testimonios de un Soldado” entregamos nuevamente a la comunidad nacional un aporte que permitirá reflexionar sobre el rol de las FF. AA. en nuestro país a la luz del pensamiento del General Carlos Prats González-Creemos que en esta etapa de nuestra historia ya recuperada la demo­cracia y en la que se realizan acciones tendientes a lograr su perfec­cionamiento, es oportuno que quienes tiene responsabilidades en la construcción de la vida nacional desde el ámbito civil o militar, en especial las nuevas generaciones, tengan presente el pensamiento de un general constitucionalista y respetuoso de la institucionalidad democrática que debe regir el destino del país para evitar el atrope­llo de la vida, la dignidad y los derechos de sus habitantes.

Han transcurrido casi 22 años desde la muerte de nuestros padres y aún no se ha establecido jurídicamente quiénes fueron los autores del crimen. El proceso que hoy se sigue en Argentina busca probar la ver­dad ya entregada por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación en 1992 –

incluida en esta edición- que afirma, que los autores de la muerte del General Carlos Prats González y su esposa Sofía Cuthbert de Prats, fueron agentes del Estado de Chile. Hasta ahora se mantiene pendiente este tema en la vida nacional.

Sofía, María Angélica, Cecilia

Santiago, junio de 1996

 

 

 


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